Compañeros de velocidad.
Me pasa a mí, les pasa a ustedes, nos pasa a todos. No hay edades, credos, clases sociales, que no caigan en ello.
Sucede que todos vivimos en las veredas, con más intensidad en las anchas que en las angostas, la escalofriante situación de encontrar a nuestro compañero de velocidad.
Es muy común sobrepasar gente mientras recorremos como peatones las calles de la ciudad. También es habitual ser superados por otros más rápidos o apurados. Todos los días pasamos gente y pensamos lo lentos que son al caminar, nos pasan y no evitamos preguntarnos “¿por que irá tan rápido?”. Hasta aquí no estoy contando nada nuevo, sino cosas sobre las cuales apenas nos percatamos.
Pero lo que si es prácticamente una extrañés, casi tan raro como entender por que si el hombre llego a la luna en el 69 nunca volvió a llegar, decía entonces que algo tan raro y poco comun es encontrar a aquellos que caminen exactamente a nuestra misma velocidad, en el mismo momento en que nosotros lo hacemos y recorriendo las mismas baldosas que pisamos.
Primero vamos a demostrar como teóricamente estos casos deberían ser casi inexistentes, tratandose de combinaciones matemáticas con bajisima probabilidad de ocurrencia. Tenemos 3 variables fundamentales que se deben conjugar; La velocidad del otro ser humano, el tiempo, y el espacio.
La velocidad: Existen infinitos elementos que hacen a la velocidad de una persona a la hora de recorrer las veredas. Distintas velocidades innatas, distintas necesidades como pueden ser la urgencia de ir al baño, la urgencia de estar llegando tarde a una cita, la sensación de que nos cierra el supermercado, la tranquilidad de un domingo por la tarde, etc. Tambien afectan a la velocidad la altura de la persona y las zancadas que da, o el tipo de pantalón que se usa. Por ejemplo; un jean ajustado permite hacer pasos cortos y trabados, mientras que una babucha da totalmente otra sensación de ligereza. La hora del día en que se camina es un factor no menos importante, el tipo de vereda que se pisa, la cantidad de eses cañinas y residuos que yacen en el suelo, la zona de la ciudad, el calzado, la cantidad de gente circulando, son todas variables que se configuran para definir la velocidad con la que solemos caminar. Porque es bien sabido que una misma persona no camina siempre al mismo ritmo. Entonces, matemáticamente sería imposible o quizás improbable pensar en encontrar a un sujeto que camine a la misma velocidad que nosotros. Como si esto fuera poco, también hablamos de una ciudad tan grande que hace mas difícil que ese ser con la misma velocidad coincida en el mismo momento y en el mismo sitio que nosotros.
Sin embargo los hay.
Son nuestros compañeros de velocidad. Se trata de personas que se situan por un buen rato a la par nuestro en alguna calle, generando una situación realmente desagradable y que nadie desea vivir. Se dice que Rigoberta Menchú, premio nobel de la paz afirmaba en su diario íntimo; no le deseo a nadie la guerra y el horror que tuve que vivir. Tmapoco les deseo encontrarse con su compañero de velocidad!
Una peculiaridad caracteriza a esta gente que se nos pone a la par, siendo quizás esta la cuasa que los hace mas desagradables. Y es que a los ojos del mundo parecen ser nuestros amigos o compañeros, porque por ese incomodo instante están junto a nosotros, a pocos centrimetros caminando los mismos pasos al mismo ritmo, dando las mismas bocanadas de aire. Situacion incomoda si las hay, esta de caminar codo a codo con un extraño.
Otra observaciones inquietante es lo repentino de tal situación, ya que uno no tiene el tiempo necesario para prepararse psicológicamente del acontecimiento. Sin entender de qué forma o sin percibir desde donde, este individuo que pretende ser nuestra alma gemela de los recorridos, se pone a la par en nuestra caminata. Tardamos en reaccionar y solemos realizar en ese momento reflexiones tontas y absurdas como: ¿Quién se cree que es para estar caminando a la misma velocidad que yo? ¿Por qué sigue estando al lado mío? ¡Que acelere!
Suponemos que la situación se regularizará, y rogamos que algo acontezca para que la calvarie se termine, pero transcurren los pasos y sigue estando ahí. Son solo instantes, pero parece una eternidad.
Muchas veces la persona también se percata y la situación es doblemente incomoda. Hay miradas de reojo y el clima en el aire se siente tenso. Uno sabe que no va a suceder, pero en ese momento ya se esta preparado para una pelea.
¿Cómo se resuelve el dilema de los compañeros de velocidad?
Generalmente uno de los dos acelera el paso para diferenciar su marcha. Tomar esta decisión es dificilisimo porque uno es conciente que ese nuevo caminar exige mas de lo necesario, mientras que debemos pretender que se camina normalmente. Uno sabe que el otro sabe que esa nueva caminata es forzada. A veces puede ser disimulada con una ojeada al reloj y un gesto de “uhhh se me esta haciendo tarde” fácilmente realizable con una mano en la frente y los labios fruncidos con forma de “u”. La otra opción es la de disminuir la velocidad y dejar que se aleje. Aquí uno se siente ineficiente, como que dejó de caminar. La mímica a realizar en este caso es la de “me equivoqué, era para el otro lado”, o “seguro que estoy yendo bien?”. Y con solo detenerse mirar hacia dos o tres direcciones y pensar “si, estaba yendo bien” alcanza para retomar la marcha al ritmo de siempre, ya que bajo condiciones normales a una igual velocidad, la distancia establecida debería ser siempre la misma. Una tercer alternativa es detenerse en una vidriera con cara de “uiaaa, tienen esto en este loca?l”, pero se corre el riesgo de que la tensión puesta en el compañero de velocidad no nos haga darnos cuenta en que vidriera nos detenemos, y un error semejante puede dejarnos mal parados ante un tercero que pase y nos vea observando con curiosidad la nueva línea de lapiz labial Sephora
Estén atentos peatones y no se dejen sorprender! Vivan la individualización de su identidad, sean únicos en su velocidad y no dejen que nadie pero nadie los opaque imitando su andar.